lunes, 23 de agosto de 2010

Cap. 3: Dulces recuerdos.



Abrí los ojos en un puente. No recordaba nada de lo acontecido antes, ni me importaba. Me desperté y me levanté, confuso. Aquel sitio era precioso, con la luna en el cielo y estaba completamente cuajado de estrellas. Era un ambiente conmovedor, completamente romántico. En algún momento quizás debería recordar que debía sentirme escéptico, o reírme de aquel paisaje por su supuesta cursilería. Pero no….en aquello momentos sólo sentí una felicidad completa, absoluta. Como si me sintiese en paz. Estaba esperando a alguien.


Y por eso también me sentía impaciente. Me levanté cómo pude y me agarré a la barandilla del puente, contemplando el correr de aquel riachuelo por la noche. Estaba precioso bajo la luz de la luna.


Y entonces, tras un rato que me pareció interminable, apareció ella….sí, vi a una preciosa muchacha avanzar hacia mí y mirarme con una sonrisa traviesa. Me quedé embelesado con sólo mirarla.

 No podía olvidar ningún detalle de su persona. Sus ojos azules, su pelo negro, su piel bronceada, su sonrisa traviesa…pero sobre todo sus ojos… aquellos ojos que ocultaban tantos secretos inconfesables…


-Espero no haber llegado demasiado tarde…


O, dios santo, incluso su voz…tenía una voz de sirena. Pero por todo lo más sagrado, ¿cómo podía quedarme tan embelesado, tan embobado y al mismo tiempo tan tranquilo con una criatura como ella? Con una criatura tan divina…


-No, para nada, yo he llegado hace nada.


-Me alegro. Ya temía que te impacientases-la chica se colocó justo a mi lado, apoyándose en la barandilla con una encantadora parsimonia.


-No te preocupes, yo tengo paciencia, Beatrice.


-¿Paciencia, tú?-La chica soltó una risita…Beatrice…. Nunca jamás había conocido a nadie que se llamase así en mi vida presente…. Era un detalle a resaltar…pero en aquellos momentos no pensaba en ello. En aquellos momentos no recordaba prácticamente nada de mi vida presente.


Como si no la hubiese vivido aún.


-¿Quéeeee pasa? ¿Acaso no me crees, Bea? –le sonreí apoyando la cabeza en mis brazos, mirándola fijamente.


-Para nada, te conozco demasiado bien-la chica, Beatrice, me miró desde arriba con la parsimonia de una doncella inocente.


-Shhhhh-me llevé un dedo en los labios-¡no te vayan a oír tus padres!


-¡Bah, ésos que van a oír!-Beatrice bufó cómicamente, agitando la mano despectivamente, con ironía- Mi madre me deja la correa bastante suelta, no como con las muchachas de aquí.


-Sí, a saber que le habrás dicho para que te la deje tan suelta.-solté una risita. De todos modos sabía por qué. Beatrice no era como las muchachas de por “aquí” Ella era una muchacha que no pensaba en “eso”, y no se pasaba todo el día pensando en muchachos. Era una personita inquieta, que se pasaba el día trajinando de un lado a otro con un tema u otro. Con tantos que casi no le daba tiempo a pensar en eso. Aunque ni aunque no fuese así… la familia de Beatrice era bastante liberal, en comparación con todas aquellas familias tan normales. Liberal pero ¡eso sí! Sensata. Muy pero que muy sensata.


Beatrice se encogió de hombros. Aquello la dejaba indiferente.


-¡Lo sabes de sobra, Charles!- aunque lo más seguro es que las muchachas de por aquí me tengan por una ramera.


Me volví a llevar un dedo a los labios, pero no pude contener la risa ante la palabrita.


-¡Beatrice!¡Qué te van a oír! ¡Cómo te oiga alguna de ellas!


Ella alzó una ceja, riendo conmigo.


-Como si me importara. Puedo decir lo que quiera, tengo mucha más clase que todas ellas juntas y desde luego no soy ninguna falsa. Aunque esté mal que yo lo diga.


-Conociéndote no. Siempre dices lo que piensas. Y eso me gusta.-Era verdad, era una de las cosas que más me gustaban de su carácter. Lo adoraba. Aquella dulce sinceridad, una sinceridad verdadera que ni por asomo se acercaba a la vulgaridad, y ni mucho menos el esnobismo, ya que decía lo que pensaba de todo… Desde luego no sé cómo demonios se las arreglaba para lograrlo pero lo hacía. Ese era un arte muy difícil de perfeccionar para cualquier muchacha. En cual época.


-¿Ah sí? ¿Y eso por qué?-Apoyo la barbilla en las manos, esperando mi respuesta y mirándome con curiosidad.


-Porque así sé que no eres una mentirosa.-le dije claramente. Juraría que a veces hasta le envidiaba ésa capacidad suya


-¿Y cómo sé que tú no eres un mentiroso?-la vi soltar una risita maliciosa al punto, cuando me hizo esta pregunta. La hacía con toda intención.


Solté una risotada


-Porque me conoces demasiado de sobra y sabes demasiado bien que yo a ti no te miento.


-¿Ah, y por qué no?-Beatrice acercó su cara a la mía, pero a una distancia justa. Tuve que controlarme para no boquear.


-Porque tú sabes cómo descubrir….me. ¿Quieres que demos un paseo?-señalé el bosque que había justo a nuestra derecha, al otro lado del puente.


-Por supuesto-sonrió radiante y me cogió del brazo, arrastrándome hacia el bosque que había a nuestra izquierda, justo al otro lado del puente. Aquel bosque era precioso, los árboles eran tan altos que casi bloqueaban el cielo. Casi, pero no del todo. El cielo estaba tan oscuro que en cualquier otra ocasión había dado un miedo atroz…pero en aquella situación, y en aquel lugar, era algo extremadamente hermoso.


-Qué lugar más hermoso…-se admiró Beatrice.


-Este es el lugar más secreto que se puede encontrar-dije maravillado.


-Secreto por la noche, querrás decir.


-Bueno, en realidad hay muchos sitios que son secretos por la noche, ¿Sabes?


-Eso es lo bueno que tiene la noche…el secreto….


Beatrice me miró divertida por eso mismo, pero parecía estar bastante de acuerdo conmigo.


-¿Lo bueno? ¿Y eso por qué?


-Por dios, Beatrice, ¿es que siempre tienes que preguntar el por qué de todas las cosas?


-¡Por supuesto, eso es lo que decía El principito!


-No lo decía, lo hacía. Es que el niño lo hacía así…y eso…pues es un niño-repliqué agitando ambas manos, como si quisiese dárselo a entender.


Pero nada, que no le entraba en la mollera. No quería ni oír hablar de las críticas a ciertos…aspectos de la filosofía de los niños.


-¿Y qué?-replicó ella a su vez-Eso es algo que solemos olvidar cuando crecemos. La curiosidad por la vida. Preguntarnos el por qué de las cosas, de los misterios del mundo presente…. Y de lo que hay más allá. Cuando somos mayores estamos más centrados pensando en nuestra propia vida, ¡en los problemas de nuestra propia vida! En resolver una cosa u otra, en ganar dinero, en hacer el amor y en cualquier otra tontería de ésas, pero es que a veces no nos paramos siquiera a disfrutar de verdad lo que nos ofrece el mundo, ¡a verlo! ¡A sentirlo! A saber avanzar, encontrar la solución, no dejarnos llevar por nuestros instintos más profundos… ¡dios! Si es que a veces somos peores que los vampiros y las sirenas.


- Vaya, Beatrice….eso es... ¡muy profundo!-me maravillaba cuando la oía hablar de esas cosas. Esa profundidad, esa capacidad para ver cosas que nadie más veía…. (aparte de su odio hacia las sirenas)


-Ni profundo ni porras, Charles simplemente es la verdad. ¿Qué otra cosa quieres qué diga?¿Te hablo de la crisis del petróleo?


-¿Crisis del petróleo?¿Se puede saber de qué estás hablando?


-¡Bah, una crisis económica que aparecerá en los años setenta por culpa de la subida del petróleo! He estado cotilleando en el garito de mi tía.


Alcé una ceja.


-¿Otra vez?


Ella me imitó, haciendo que soltase la carcajada limpia. Estaba tan graciosa cuando se ponía a imitarme.


-¿De quién fue la idea?


-¿Tuya?


-No, ¿Acaso no recuerdas la última vez que me preguntaste por el futuro, las ganas que tenías de saber cómo iban a acabar los Helados de Pacotilla en el último partido?


-¡Aaaaaaah, ya! Ya me acuerdo, Beatrice. Ah, y una cosa… ¿por qué mencionaste antes a las sirenas…? No creo yo qué sean tan ¡salvajes! Se supone qué debería acordarme de qué juego estaba hablando, pero no lograba hacerlo. O mejor dicho, ni siquiera lo estaba intentando pero no me importaba lo más mínimo. En aquellos momentos no me importaba nada. Ni siquiera me acordaba de dónde estaba mi propia casa….y allí una parte de mi mente sabía que tenía casa, no muy lejos de allí.


Ésta bufó al escucharme hablar de las sirenas. La sola palabra la ponía de los nervios.


-¿Cómo qué no? Cómo se nota que tú no has tratado con ellas. O mejor dicho…¡cómo se nota que no eres una chica!


-Gracias por reconocerlo, Beatrice.


Esto lo dije para hacerla reír. Funcionó, a pesar de que aún seguía mosca. No conmigo, pero sí con las sirenas. Las odiaba, con toda su alma. Y con razón. Tuve que controlarme para no poner cara de embelesado al oír su risa. Tan hermosa, tan cristalina, tan natural, tan tan…libre… Pero logré controlar mi expresión. La miré con una sonrisita divertida mientras la miraba reírse, deleitándome en secreto, de forma exquisita. Un arte admirable en mi caso, que nunca me costó perfeccionar.


Cuando paró de reír me dio una suave y cariñosa galleta.


-¡No me seas tonto…! Lo que yo quería decir es que las sirenas son como…víboras, animales salvajes o mejor dicho…. ¡cómo panteras! Cuando huelen a otra chica cambian su dulce carácter, la acechan sin que se den cuenta y luego… ¡pum, atacan!-hizo la graciosa pero perfecta imitación de un tigre al estar a punto de atacar, sacando las garras. Desde luego en aquel momento la veías y te recordaba a un gato, por su elegancia.


Y de hecho se lo dije.


-¿Sabes que en estos momentos tú misma pareces un gato?


-¿Un gato? ¿Un lindo gatito? ¿De veras lo crees? –Beatrice se acercó mucho a mí, como si me estuviera retando. Y de hecho lo estaba haciendo.


-Sí…un lindo gatito…bonito y lento…-le dije para provocarla….


Al escucharme puso morritos, como una niña enfadada. Me tocó el brazo, lista para hacer lo que tenía pensado hacer y lo que yo sabía que iba a hacer.


-¿Lenta yo…? Pues muy bien, Charles, vamos a comprobar quién es el más…¡rápido! Acto seguido, sin decir ni una sola palabra, hizo que nos tragara un haz de luz esmeralda que nos transformó a los en un par de gatos enormes, pero que se confundían en la oscuridad de la noche.


Nuestra vista se agudizó, y esta vez tuve que hacer un esfuerzo más grande para controlarme, ya que bajo mi forma de gato era bastante más difícil controlar mis instintos… (Qué sepan que transformarse en animal no es cómo dicen, cuando estás bajo la forma de un bicho de estos no obtienes simplemente todos los beneficios de sus cualidad, como la velocidad, la peligrosidad, la capacidad para atacar….a veces también tienes que controlar algunos instintos animales. Y esos instintos animales, en parte, no eran más que tus propios instintos, los instintos más bajo del ser humano eran más propensos a salir a la luz cuando tienes forma de animal)


¡Venga, te echo una carrera! Me lo dijo mentalmente (entre animales de la misma especie nos entendemos) y sin decirme nada salió corriendo a toda pastilla.


-¡Oye, Beatrice, no me seas tramposa! Salí corriendo detrás suya también a toda pastilla detrás suya, con todas mis fuerzas, tratando de alcanzarla. Pero ¡carajo! Qué rápida era. No había visto chica más rápida en toda mi vida. Corría como el viento, era casi como adelantase al mismo viento. La única cosa que había conocido más rápida que Beatrice era…sí, es cierto, yo mismo.


Corrimos a toda pastilla por aquel sitio, alejándonos del bosque y metiéndonos en un paraje llano y hermoso, lleno de flores que, milagrosamente, estaban libres de bichos, de abejas y hasta de mariposas, (en ese sitio los únicos animales que aparecían eran los walin, unas criaturas que parecen conejos (pero que escupen fuego, un fuego que riega las flores) que nos miraban al pasar por allí, haciendo que las flores se moviesen como si el viento las hubiese azotado con fuerza, yo hasta arranqué una adrede y me la metí en la boca durante el resto de la carrera. Luego, tras pasar aquel valle, logramos llegar al río, que cruzamos tan, pero tan rápido que prácticamente corrimos por el agua (en realidad no, nos mojamos todas las patas pero nomás) Y luego llegamos al pueblo, que estaba desierto a esas horas, todo el mundo dormía. La ciudad dormida era un escenario encantador, perfecto para escribir un libro. Un ambiente tan en calma, pero al mismo tiempo tan tenso…era como si la misma ciudad estuviese esperando a que pasase algo. Como si el ambiente se pudiese cortar con un cuchillo. Pero la diferencia con lo que ustedes radicaba en que cortar el ambiente de golpe, con un cuchillo, sería hasta... gracioso. ¡Tremendamente gracioso!


Luego pasamos el pueblo, saltando de un bachee a otro, maullándole al viento, y corrimos por otro bosque, un bosque completamente siniestro para algunos, fascinantes para otros, pero del que se puede decir que era lo que diríamos hoy en día…gótico…. Lo bastante gótico para enamorar a un gótico que se preciara. Un lugar perfecto en el que podrías esperar perfectamente que llegase un vampiro para abalanzarse sobre la criatura más desgraciada, tonta o simplemente confiada, para chuparle la sangre o para hacerle otras cosas.


Es más, incluso llegamos a ver a unas cuantas criaturas sospechosas moverse entre los árboles mientras corríamos. Pero Beatrice, de tan insensata y atrevida que era (insensata no tanto en realidad, aquellas osadías se las podía permitir perfectamente, y por toda clase de motivos) se subía a los árboles más cercanos, dónde hallaba más cerca aquellos ruidos y yo tuve que seguirla, aún cuando debería haberme asustado aunque fuera un poco…pero en aquellos momentos, tal como dije antes, casi no pensaba en otra cosa, ni siquiera en si tenía instinto de supervivencia o no. Pero ¡mira! Fue hasta gracioso, sobre todo cuando notamos algunas zarpas salir de las ramas de los árboles tratando de darnos alcance. Ella las esquivaba con una habilidad inimaginable, como si bailara y se burlara al mismo tiempo de aquellas criaturas. Yo traté de imitarla. Se me daba bien, pero a su lado parecía una torpe marioneta. O mejor dicho. Un gato torpe y estúpido.






Y esta era otra cualidad suya totalmente admirable y envidiable. Esa chica tenía una habilidad tremenda para hacerlo todo perfecto, con gracia y elegancia. Todo lo que hacía, prácticamente todo, quedaba bien. Bien podía subirse a una mesa y ponerse a bailar la conga en medio de un montón de comensales esnobs y elegantes, ponerse a gritar un montón de chorradas delante de todo el mundo, tirarle un pastel a la cara a la reina de Inglaterra, o lo que fuera…pero nunca jamás quedaba en ridículo. Jamás. Y de hecho se aprovechaba de ello con descaro. Totalmente envidiable.


Y bueno, cuando salimos de aquel bosque siniestro llegamos a un lago que atravesamos rápidamente por el otro lado para llegar a otro pueblo. Luego llegamos a una montaña rocosa que atravesamos entre enormes saltos, de una roca a otra zap zap. Y luego corrimos con todas nuestras fuerzas, sin cansarnos apenas, a lo que iba a ser nuestra meta. Nuestra meta…


Nuestra meta, los rincones de aquella enorme mansión…llegamos justo al salón.


Ganó ella, por supuesto. Aunque la verdad, no fue porque yo la dejase ganar. Con alguien como ella, no era necesario que un hombre la dejase ganar para complacerla.


Ella se echó a reír, alegre y algo cansada por la carrera y regresé casi de inmediato a mi forma humana, respirando como una vieja locomotora.


-Ha…estado…bien…¿no lo crees?


-Sí, desde luego…pero me gustaría que alguna vez me ganaras…-respondió ella, parando de reír y mirándome con una sonrisa traviesa.


-Puede que…algún día…de….estos…Pero si quieres que te gane por ahora, vas a ser tú la que tenga que darme ventaja, como la buena dama que eres.


Beatrice se echó a reír ante el comentario y me abrazó de repente, con el corazón lleno de alegría.


-¿Por qué eres tan bueno, Charles?


-¿Yo tan bueno? Tú deliras, pequeña mía.


Beatrice soltó una risita.


-Sabes perfectamente lo que quiero decir, Charles. Siempre has sido un gran amigo, el mejor amigo que he tenido. Siempre me has comprendido, me has ayudado, siempre has estado ahí…nunca sabré cómo agradecértelo.


Sonreí con ternura. En esos momentos estaba medio alelado. En gran parte por el abrazo, que me había sabido a gloria bendita.


-No tienes por qué agradecerme nada, de veras…


Entonces ninguno de los dos dijo nada más. No miramos fijamente durante mucho rato, como si no hubiese nada más en el mundo.


Y entonces, como si el destino lo hubiese decidido así de repente, sin poder evitarlo, acerqué mi rostro al de ella…y la besé, En los labios.






Cuando lo hice sentí algo extraño. Por una parte, una gloria extraña, mi cuerpo se estremeció por completo ante el solo contacto de sus dulces labios, Y por otra, un león que rugía en mi pecho ante la victoria…


Pero entonces, de repente, una marea oscura comenzó a arrastrarme hacia abajo, sin que yo pudiese hacer nada. Es más, apenas me di cuenta, de lo embelesado que estaba, de cómo el recuerdo se iba desvaneciendo poco a poco hasta que caí en una oscuridad total, completa… y sentí rabia en cuanto me di cuenta, rabia y rencor ¿cómo podían hacerme esto?


Pero no pude pensar en nada más. Aquella marea era inexorable. Tanto como la muerte…






Entonces llegó un momento en el que la oscuridad comenzó a desvanecerse de nuevo…


Recordaba lo anterior vivido, no visto. Porque para mí había sido vivido… como si me lo hubiesen grabado con fuego. Y la verdad, no deseaba olvidarlo en absoluto, era un recuerdo demasiado feliz.


Sentí cómo me dolía un poco la cabeza. Suspiré y vi que de nuevo estaba tumbado en el suelo, como si hubiese caído inconsciente. Entonces vi como alguien se agachaba junto a mí.


-Vamos, levántate ya… ¿te ha dolido mucho el golpe?


Levanté la cabeza para ver quién me había hablado…era un muchacho que me ofrecía la mano para que me levantase, y me miraba con una sonrisa de simpatía. No le recordaba, pero algo me decía que en aquel momento éramos algo así como viejos… ¿amigos?¿O hermanos? No sé, tenía que “recordarlo” Le di la mano para levantarme y le miré algo confundido.


-¿El golpe? ¿Qué golpe?-la verdad es que si que me dolía un poco la cabeza.


El muchacho se echó a reír.


-Cómo se nota que te ha afectado. ¿Es que acaso no te acuerdas? Esto –me enseñó lo que tenía en las manos, algo que no le había visto antes…demonios, aquello parecía una especie de pelota de hierro. Pero el chico la cogía como si fuese una simple pelota de plástico. ¡Incluso la hizo botar entre sus manos!


-¿Eso me ha dado un golpe?-señalé la pelota un poco confundido.


-Sí, “esto”-el chico tiró la pelota hacia atrás, al suelo, como si nada. La pelota hizo un buen agujero en el suelo. Lo miré asombrado.


-¿Estás bien, Charles?-me volvió a preguntar el muchacho, algo preocupado.


-Sí, estoy bien, creo…-en cuanto pronunció mi nombre pude sentir como mis recuerdos se aclaraban poco a poco. Carajo… ¿cómo demonios podía haberle olvidado a él? A mi viejo amigo. Me entraron ganas de pegarme tres tortazos por mi falta de memoria, pero luego me eché a reír alegremente.


-Estoy bien, Lance, estoy bien…-al parecer el dolor de mi cabeza no había sido provocado por el golpe con aquel supuesto balón de hierro, de metal o de lo que fuera…aquel dolor tenía más que ver con la oscuridad que me había arrastrado antes hacia abajo, aquella marea que me apresuré a tratar de olvidar cuanto antes. Aquel dolor iba desapareciendo a medida que mis recuerdos se iban aclarando. Miré a mí alrededor para ver dónde estaba.


Al parecer estaba en un claro, un claro con el césped más verde que había visto mi vida y el cielo azul, con el sol reluciendo en el cielo como en un dibujo perfecto, en un día perfecto para todos. Ni una sola nube en el cielo, a la temperatura perfecta…carajo, aquello parecía un parque del cielo…pero no, porque a lo lejos pude vislumbrar la ciudad, aquella misma por la que Beatrice y yo habíamos pasado. Y a lo lejos, la mansión. Aquel lugar en el que Beatrice y yo nos habíamos…besado. En aquel momento tan fugaz y maravilloso.














-Bueno, pues entonces será mejor que nos vayamos…vamos a llegar tarde-repuso Lance-un par de chicas que pasaron por allí se lo quedaron mirando, disimuladamente y entre risitas. Vaya, al parecer Lance era bastante popular con las chicas. Y no era de extrañar la verdad, porque era un muchacho bastante bien parecido. Rubio claro, de ojos dorados y piel pálida tirando a bronceada, a demás de estar todo un musculitos, algo así a lo que mi hermano conseguía tras meses y meses de gimnasio. (Sí, vale, es cierto, mi hermano es un poquitín metrosexual) y tener un rostro agraciado que iba acompañado por una sonrisa amable y caballerosa. Todo un ejemplo de hombre perfecto, y sin embargo yo no le envidiaba lo más mínimo.


Ahora no. Y sentía que ya nunca más lo haría.


Pero me estaba preguntando qué demonios quería decirme ahora, porque no tenía la más remota idea de a qué sitio se estaba refiriendo

























2-Remotos recuerdos.


Finalmente me quedé rondando por allí hasta que cayó la noche, ella me dijo que saliese a dar una vuelta por allí cerca porque tenía que preparar todo el barullo del misterioso “método” A saber que sería aquello, me pasé toda la dichosa tarde rumiándolo como una vaca.


Al caer la noche, después de cenar en un restaurante cercano y de dejarle un mensaje a mis amigos para que no me llamaran, llegué a casa de la psicóloga como un perro hambriento, ansioso por ver lo que se escondía allí dentro, muerto de ganas de verlo todo. Le iba a estar eternamente agradecido a Julieta si lograba ayudarme.


Eternamente agradecido….


Llamé y ella abrió la puerta. Me miró con los ojos brillantes, se le notaba en la cara que estaba encantada por hacer esto. Yo diría que emocionada…


-Pase, señor Stadford-me hizo pasar y mientras cerraba la puerta no pude evitar echarle un rápido vistazo a la luna. Estaba llena esa noche. Me estremecí, porque dicen que en luna llena es cuándo pasaban las cosas raras. Y alrededor de aquella luna, unas estrellas anormalmente grandes(o por lo menos eso es lo que me pareció a mi) la rodeaban como si fuesen sus guardianes. Como si la protegiesen de un secreto. O protegiesen al sol que se escondía detrás de la luna y que la teñía de color naranja.


Sólo fue un momento, luego suspiré y seguí a Julieta antes de que se diese cuenta de mi rápido vistazo a la luna.


Me condujo al ático, que era enorme y más limpio que cualquier otro ático que yo hubiese visto jamás. Estaba vacío, exceptuando por un enorme aparato que se hallaba al centro de la sala.


La máquina consistía principalmente en una camilla metálica, con varias sábanas de seda pura de por medio y al lado había una pequeña pantallita digital y una radio extrañísima a la que se podía meter CDs. Y un casco que estaba atado a unos extraños abalorios que parecían chatarra, al menos en mi opinión.


-Siéntate en la camilla, querido.-me indicó ella.


Aunque todo eso me pareció una auténtica chorrada, le hice caso y me tumbé en la camilla, expectante. Aquello no tenía el tacto que esperaba. Era cómodo, bastante cómodo, casi como una cama de verdad. Me relajé y a punto estuve de quedarme frito,


-¡No te duermas, que tenemos que empezar!-la psicóloga dio un par de palmadas y se acercó a la mesa que había al lado. Cogió aquel extraño aparato, fuera lo que fuera, y comenzó a ajustarlo a unos botones que no conseguí ver. Y para mi sorpresa no me lo puso en la cabeza, sino que me ató al brazo un cable y al cuello otro, suavemente. Recuero que tenía unas manos hermosas, frías pero muy suaves. Me puse a hiperventilar un poco, de lo nervioso que me estaba poniendo.


-Sssh, tranquilo muchacho, todo saldrá bien-trató de tranquilizarme ella.


Traté de hacerle caso, pero me costaba sobremanera. Sobre todo porque me daba la sensación de que una voz en mí cabeza trataba de hablarme, de advertirme de algo. Sabía que era una voz cristalina, aún cuando no podía oírla. Pero lo más importante es que sabía que estaba ahí.


-Bueno-la luz de la luna iluminó la cara de la psicóloga. Sus ojos brillaban, emocionados y preparados para lo que iba a hacer. Pensativa estaba, y la luz le daba un aire mágico y hermoso, casi fantástico.


Confieso que yo también me emocioné. No sabía lo que iba a pasar, pero estaba expectante, algo me decía que aquella noche no sería en vano.


Tanto para bien o para mal.


Entonces activó el aparato y comencé a sentir como unas pequeñas ondas de electricidad, creo, me sacudían muy suavemente, en un débil traqueteo. No me moví, esperando.


Bien, y ahora…-la vi sonreír de oreja a orea y se colocó junto a mí, cogiendo un papelito y diciendo unas palabras en un idioma del que no entendí ni una sola palabra. Luego dijo.


-Déjate llevar por la sensación. Relájate y deja que tu mente vuele, déjala en blanco y sobre todo…por lo que más quieras, no pienses en ninguna otra cosa. Eso es muy importante, y este pequeño aparato de ayudará a hacerlo-sonrió y le dio más potencia.


Tembliqueé un poco al sentir como aquellas suaves sacudidas se hacían más fuertes y decidí hacerle caso, me relajé todo lo que pude.


Mientras tanto ella me iba hablando en un idioma del que yo no tenía ni pajolera idea, pero cuyas palabras estaban causando un efecto extraño en mi persona. Me sentía más ligero, me dejaba llevar más por el aire, sentía como si volara. Me asusté un momento al darme cuenta de que estaba perdiendo la conciencia, de que poco a poco mis pensamientos estaban siendo barridos de la memoria para caer en un estado de semi-inconsciencia bastante inquietante. Era como si cayese en un dulce sueño. Si hubiese estado más consciente me habría asustado, eso está claro, pero por el contrario me sentí como casi libre. Así que decidí no comerme la cabeza, dejar de darle vueltas, y dejarme llevar por aquella dulce oleada que me estaba invadiendo.


Y finalmente, caí en la oscuridad. No en la oscuridad del sueño, sino en una oscuridad de verdad. Cerré los ojos, y lo último que vi fue la imagen de Julieta mirándome fijamente, con cuidado y yo diría que hasta sorprendida.
Cap. 1: La respuesta en una hoja de papel



Bueno, creo que debería presentarme. Mi nombre es Jules Stadford, y vivo con mis padres en el centro de New York, justo en toda la periferia. Tengo además un hermano mayor que vive en California, que no es nada más y nada menos que Gerbert Stadford. Sí, el famoso informático que trató de hacerle la competencia a Bill Gates. Desde pequeño su mayor sueño ha sido destronarlo y hacerse con la corona del mundo de la informática. Por el momento sólo ha logrado hacerse rico y famoso (sobre todo a sus apariciones en la prensa) lo cual lo tiene muy frustrado por ahora…


De mis padres hay poco y a la vez mucho que contar. Mi padre es editor jefe del New York Times y mi madre es la jefa de marqueting de una empresa de finanzas. Una cosa la mar de aburrida, vamos.


Son los típicos padres que tratan de hacerse los modernos, salen un par de noches juntos a tomar un par de copas, a alguna discoteca y punto pelota, sanseacabó. Por lo demás son de lo más normales.


Me pasé día, buscando, indagando, procurando que nadie conocido supiese lo que pretendía.


Empecé buscando en aquellos diccionarios de sueños que se suelen encontrar en todas partes, como en los mercadillos o en cualquier biblioteca o librería barata. Eso hice, busqué en todo diccionario que caía en mis manos, pero no me sirvió de nada, no fue más que una pérdida de tiempo, porque no encontré más que chorradas, cosas que se podía inventar cualquier pringado de turno. Al final acabé tan enfadado que tiré mi último ejemplar a la basura de una patada, tras haberlo roto en pedazos una infinidad de veces.


Luego decidí hacer lo que se supone que toda persona común hace cuando quiere saber algo hoy en día: buscarlo en Internet. Pero esto fue peor, mucho peor, porque por la red navegaban gentes de peor calaña que sólo buscaban la satisfacción de sus propios bolsillos, gente que te ponía cualquier cosa y que engaña a muchísima gente con sus chorradas, porque era eso lo que encontré por Internet, sólo chorradas. Esta vez por poco me cargo de un puñetazo la pantalla de mi estupendo ordenador portátil.


Y lo siguiente que hice fue algo de lo que hoy en día aún me arrepiento, y fue sin duda la mayor tontería que hice( de entre todas estas) que fue ir por ahí, en la clandestinidad, a preguntar a todo adivino y chamán que me encontraba por ahí. Todo esto lo hice en el más absoluto secreto, porque no quise jamás que nadie se enterara. Es más, incluso me las arreglé para ocultárselo a todo aquel falso brujo o bruja a quién se lo pregunté. (Porque digan lo que digan todos y cada uno de ellos eran falsos) hablándole de él como si fuera el sueño de un amigo, o un símbolo que vi en alguna parte……….de todos modos podría haberle contado cualquier otra burrada porque adivinas a tres kilómetros a la redonda que lo que te contaban no era más que una farsa, una farsa de las grandes. Suerte que mi hermano es rico, porque me gasté una cantidad enorme de dinero en todas aquellas visitas perdidas, aunque nadie me podría compensar todo el tiempo perdido.


Probé muchas cosas más, todo lo que se me ocurría, pero no encontré ninguna respuesta. Y me comencé a desesperar, cada vez más…… seguía haciendo mi vida normal, saliendo con mis amigos y con mi novia pero cuando estaba sólo me abrazaba las rodillas y enterraba la cabeza en mi regazo, tratando de contener aquella desesperación que crecía en mí cada día. Cada maldito día….


Pero por suerte para mí, me llegó la solución. Por suerte o por desgracia, quién sabe…


Fue una noche de esas en las que decidí salir a pasear sólo para despejarme, para pensar….y para no tener que aguantar a nadie, porque la verdad, cada vez me sentía más molesto cuando veía a otros, sentía cómo me molestaban, como me repelían de alguna forma….era como si me distanciase de todo cada vez más……..


Aquella noche no había casi nadie por la calle, o al menos eso es lo que parecía, New York era una ciudad muy silenciosa a esa hora. Esa es una de las cosas que más me gustan de New York, que a veces se vuelve muy oscura, misteriosa….o simplemente silenciosa, siguiendo su curso. Tanto los maleantes, las putas, los jóvenes o las personas decentes siguen su camino casi en silencio, bajo la oscuridad de la noche…porque por dónde yo paseaba no estaban encendidas ni las farolas. Y fue ahí dónde encontré la respuesta. Yo paseaba por las calles con las manos en los bolsillos, encapuchado en mi abrigo negro de tal forma que parecía una sombra siniestra de ésas que salían por la tele. Hacía frío pero yo ni lo notaba. Paseaba, capucha en mano, mirando al cielo estrellado.


Y fue entonces cuando me llegó…….. en forma de panfleto. Me lo trajo la leve brisa que había esa noche, que arrastraba toda clase de cosas y colocó ese estúpido panfleto en mis manos como si fuese cosa del destino.


En aquel estúpido panfleto que decía un solo nombre: Julieta, Gradfright psicoanalista especializada en toda clase de problemas. Todos. Y además estaba su número de teléfono… y una foto harto borrosa por una mancha de café. No sé lo que fue que me llevó a meterme ese asqueroso panfleto en el bolsillo, pero lo hice, me dejé llevar por el presentimiento, o por el instinto, yo que sé. Pero lo hice, cogí el papelito y regresé a casa con un pequeño y bastante débil hilo de esperanza en el corazón. No era suficiente pero por lo menos era mejor que nada.


A la mañana siguiente decidí llamar para ir. Llamé y un secretario me dio su dirección.


-Jules, ¿te pasa algo?-me preguntó mi madre mientras hablaba por teléfono con él.


Le hice un gesto para que se callara y me alejé de ella para seguir hablando, y de paso que no me oyera.


Cuando colgué la miré.


-No, no me pasa nada, mamá, ¿por qué lo preguntas?


-Porque hace días que te veo muy raro, hijo. Nervioso, algo así como ausente…-se cruzó de brazos, mirándome preocupada.


Puse los ojos en blanco, fingiendo que todo aquello no eran más que exageraciones suyas.


-¡Por favor, estás paranoica! Que estoy bien, mamá, que no pasa nada.


Ella alzó una ceja.


-¿Seguro? Sabes que a mi puedes contármelo todo-eso era mentira. Mi madre será un cielo, pero si le cuentas algo malo acaba por irle por el cuento a mi padre. Y podría decirse lo mismo al revés.


-Que sí, seguro-me reí para aumentar el efecto.


Por suerte me creyó.


-De acuerdo, hijo, te creo-se rió conmigo. Venga, ven a ayudarnos a mí y a tu padre a preparar la cena.-sonrió contenta con mi respuesta.


Y yo me guardé el teléfono, suspirando de alivio para mis adentros.


No tuve ocasión de acudir a aquella consulta hasta la semana después, cuando logré convencer a mis padres para que se hicieran otra escapadita a California y a mi hermano para que me dejara algunos dólares. Bastantes dólares, porque la consulta me salió cara de narices.


Tardé 3 horas en llegar allí, a las afueras de New York, y en cuanto llegué, nervioso, me bajé y miré fijamente la casa.


Me dio un vuelco al corazón al ver que la casa tenía un poco del estilo de la casa de la pradera (terrorífico) con un gran toque de modernidad muy chic y algo de la moda californiana en arquitectura. Algo aterrador, como dije antes, y eso que normalmente ¡no me interesa la arquitectura lo más mínimo!


Pero no podía juzgar nada por el aspecto de la casa así que me armé de valor, respiré hondo, y llamé al timbre.


Me abrió su secretario. Un hombre bastante cachas, algo “anabolizado” (qué bien se lo montaba esa mujer) y me hizo pasar al vestíbulo.


-Enseguida vendrá-me dijo cortés, y se marchó por un larguísimo pasillo que se oscurecía a medida que avanzabas. Al menos eso es lo que yo veía.


Estuve esperando un buen rato en aquel vestíbulo rosado que contrastaba tanto con el exterior de la casa, hasta que apareció el secretario con la mujer, Julieta, al lado suya. Me quedé asombrado mirándola, por poco no me caigo del susto al verla.


Desde luego sí que era rara esa mujer. Poco encajaba con lo que yo me imaginaba (y había visto )de una psicóloga cualquiera, de esas mujeres tan elegante y emperifolladas, formales, que te escuchan con frialdad, pero fingiendo calor y cercanía, haciendo simplemente su trabajo….


No…..aquella mujer, además de joven (¡si sólo parecía tener tres años más que yo, santo Dios!) vestía de una manera muy informal, con unos vaqueros muy modernos y negros y una blusa ligera , de color blanco lleno de los adornos ésos que te puedes encontrar en cualquier tienda de por ahí. Y su rostro estaba maquillado de forma sencilla, pero a la moda. Sus lentillas azules, (se notaban que eran lentillas, yo eso lo huelo a tres kilómetros a la redonda) brillaron al verme, con una mezcla de compasión, la que probablemente debía de dedicar a todos y cada uno de sus pacientes.


-¿Jules Stadford? ¿Es usted?-dijo ella para asegurarse.


-Esto….-sólo verla me puso nervioso-Sí, soy yo.


-Pase por aquí-me señaló al pasillo-En mi despacho hablaremos de su problema.-se giró para encaminarse hacia su despacho, el secretario se quedó rondando por la puerta, esperando más visitas tal vez.


La seguí, expectante, y tras unos pocos minutos, (qué pasillo más largo) entramos en su despacho. Parecía la habitación de un estudiante rico, (y aplicado) sólo que sin cama. Me senté delante de ella y la miré.


-Venga, joven, cuénteme su problema, estoy aquí para ayudarle-me sonrió, tratando de darme ánimos.


Respiré hondo y se lo conté todo, absolutamente todo. A ella no le oculté nada, porque a mi modo de ver no había ya nada que perder. No a esas alturas. Se lo conté largo y tendido, de golpe, tratando desesperadamente de no interrumpirme porque sino me daba la sensación de que me levantaría de la silla, saldría corriendo como el pirado que era y me perdería para siempre jamás por los caminos de New York.


Pero me mantuve en mis trece, bien firme.


Ella me escuchó atentamente durante toda mi historia, tomando algunos apuntes y entrecerrando los ojos cuando llegué a la parte final de aquel sueño.


Cuando terminé, se tocó la barbilla, mirándome fijamente. Demasiado fijamente…..


-Háblame de tu vida, tal vez así saque algo más en claro, joven.


Y le conté todo lo que pude sobre mi vida, cada detalle que pude traer a mi memoria. Incluso me atreví a contarle a ella todas mis idas y venidas buscando respuestas por todo New York. E hice lo mismo que antes, no me detuve en ningún momento, se lo conté todo de golpe, pero de forma clara.


Cuando terminé me miró fijamente, y comenzó a buscar algo en el cajón de su escritorio con algo de emoción…y yo diría que nerviosismo. Mientras me iba diciendo.


-Es algo interesante, muy interesante, señor Stadford, y puede tener varias explicaciones, es ciertos. Sobre todo médicas, pero viendo su expediente médico. Entonces yo apostaría por algo un poco más…arriesgado.


-¿Arriesgado? Aquello me sorprendía sobremanera ¿Qué demonios quería decir esa mujer?


-Mire, esto es algo que algún que otro médico te podría decir también, pero lo que yo le voy a proponer para averiguarlo es un método que no le diría ninguno. Primero, porque no lo sabe, segundo, porque les daría miedo, porque es un poco fuerte.-cogió aire y siguió explicándome-Verás, eso puede deberse a un problema acontecido en tu vida anterior-no pude evitar soltar un resoplido furioso ¡Ya estaban otra vez con el rollo ése de la vida anterior! No pude evitar pensar:


“Menuda chorrada…”


Parece que Julieta adivinó lo que pensaba por la cara que puse, porque me dijo, con una sonrisa traviesa.


-Ya sé que le parece ridículo, pero por probar… el método del que yo le hablo demostrará si de lo que le hablo es una chorrada o no-¡Carajo, que rápido lo había pillado! Sabía mejor que yo que acabaría aceptando, de lo desesperado que estaba. Era buena. Admirable.


-De acuerdo, señorita Gradfright-suspiré, demasiado derrotado siquiera como para protestar siquiera.


-Perfecto-vi cómo la psicóloga sonreía victoriosa. Si quiere puede quedarse por aquí y comenzar el “tratamiento esa misma noche”


Le miré sorprendido, tratando de adivinar en qué estaría pensando.


Ella colocó una mano en mi hombro, en un gesto informal.


-Tranquilo muchacho, te ayudaremos a encontrar la respuesta.


















Cap. 1: La respuesta en una hoja de papel



Bueno, creo que debería presentarme. Mi nombre es Jules Stadford, y vivo con mis padres en el centro de New York, justo en toda la periferia. Tengo además un hermano mayor que vive en California, que no es nada más y nada menos que Gerbert Stadford. Sí, el famoso informático que trató de hacerle la competencia a Bill Gates. Desde pequeño su mayor sueño ha sido destronarlo y hacerse con la corona del mundo de la informática. Por el momento sólo ha logrado hacerse rico y famoso (sobre todo a sus apariciones en la prensa) lo cual lo tiene muy frustrado por ahora…


De mis padres hay poco y a la vez mucho que contar. Mi padre es editor jefe del New York Times y mi madre es la jefa de marqueting de una empresa de finanzas. Una cosa la mar de aburrida, vamos.


Son los típicos padres que tratan de hacerse los modernos, salen un par de noches juntos a tomar un par de copas, a alguna discoteca y punto pelota, sanseacabó. Por lo demás son de lo más normales.


Me pasé día, buscando, indagando, procurando que nadie conocido supiese lo que pretendía.


Empecé buscando en aquellos diccionarios de sueños que se suelen encontrar en todas partes, como en los mercadillos o en cualquier biblioteca o librería barata. Eso hice, busqué en todo diccionario que caía en mis manos, pero no me sirvió de nada, no fue más que una pérdida de tiempo, porque no encontré más que chorradas, cosas que se podía inventar cualquier pringado de turno. Al final acabé tan enfadado que tiré mi último ejemplar a la basura de una patada, tras haberlo roto en pedazos una infinidad de veces.


Luego decidí hacer lo que se supone que toda persona común hace cuando quiere saber algo hoy en día: buscarlo en Internet. Pero esto fue peor, mucho peor, porque por la red navegaban gentes de peor calaña que sólo buscaban la satisfacción de sus propios bolsillos, gente que te ponía cualquier cosa y que engaña a muchísima gente con sus chorradas, porque era eso lo que encontré por Internet, sólo chorradas. Esta vez por poco me cargo de un puñetazo la pantalla de mi estupendo ordenador portátil.


Y lo siguiente que hice fue algo de lo que hoy en día aún me arrepiento, y fue sin duda la mayor tontería que hice( de entre todas estas) que fue ir por ahí, en la clandestinidad, a preguntar a todo adivino y chamán que me encontraba por ahí. Todo esto lo hice en el más absoluto secreto, porque no quise jamás que nadie se enterara. Es más, incluso me las arreglé para ocultárselo a todo aquel falso brujo o bruja a quién se lo pregunté. (Porque digan lo que digan todos y cada uno de ellos eran falsos) hablándole de él como si fuera el sueño de un amigo, o un símbolo que vi en alguna parte……….de todos modos podría haberle contado cualquier otra burrada porque adivinas a tres kilómetros a la redonda que lo que te contaban no era más que una farsa, una farsa de las grandes. Suerte que mi hermano es rico, porque me gasté una cantidad enorme de dinero en todas aquellas visitas perdidas, aunque nadie me podría compensar todo el tiempo perdido.


Probé muchas cosas más, todo lo que se me ocurría, pero no encontré ninguna respuesta. Y me comencé a desesperar, cada vez más…… seguía haciendo mi vida normal, saliendo con mis amigos y con mi novia pero cuando estaba sólo me abrazaba las rodillas y enterraba la cabeza en mi regazo, tratando de contener aquella desesperación que crecía en mí cada día. Cada maldito día….


Pero por suerte para mí, me llegó la solución. Por suerte o por desgracia, quién sabe…


Fue una noche de esas en las que decidí salir a pasear sólo para despejarme, para pensar….y para no tener que aguantar a nadie, porque la verdad, cada vez me sentía más molesto cuando veía a otros, sentía cómo me molestaban, como me repelían de alguna forma….era como si me distanciase de todo cada vez más……..


Aquella noche no había casi nadie por la calle, o al menos eso es lo que parecía, New York era una ciudad muy silenciosa a esa hora. Esa es una de las cosas que más me gustan de New York, que a veces se vuelve muy oscura, misteriosa….o simplemente silenciosa, siguiendo su curso. Tanto los maleantes, las putas, los jóvenes o las personas decentes siguen su camino casi en silencio, bajo la oscuridad de la noche…porque por dónde yo paseaba no estaban encendidas ni las farolas. Y fue ahí dónde encontré la respuesta. Yo paseaba por las calles con las manos en los bolsillos, encapuchado en mi abrigo negro de tal forma que parecía una sombra siniestra de ésas que salían por la tele. Hacía frío pero yo ni lo notaba. Paseaba, capucha en mano, mirando al cielo estrellado.


Y fue entonces cuando me llegó…….. en forma de panfleto. Me lo trajo la leve brisa que había esa noche, que arrastraba toda clase de cosas y colocó ese estúpido panfleto en mis manos como si fuese cosa del destino.


En aquel estúpido panfleto que decía un solo nombre: Julieta, Gradfright psicoanalista especializada en toda clase de problemas. Todos. Y además estaba su número de teléfono… y una foto harto borrosa por una mancha de café. No sé lo que fue que me llevó a meterme ese asqueroso panfleto en el bolsillo, pero lo hice, me dejé llevar por el presentimiento, o por el instinto, yo que sé. Pero lo hice, cogí el papelito y regresé a casa con un pequeño y bastante débil hilo de esperanza en el corazón. No era suficiente pero por lo menos era mejor que nada.


A la mañana siguiente decidí llamar para ir. Llamé y un secretario me dio su dirección.


-Jules, ¿te pasa algo?-me preguntó mi madre mientras hablaba por teléfono con él.


Le hice un gesto para que se callara y me alejé de ella para seguir hablando, y de paso que no me oyera.


Cuando colgué la miré.


-No, no me pasa nada, mamá, ¿por qué lo preguntas?


-Porque hace días que te veo muy raro, hijo. Nervioso, algo así como ausente…-se cruzó de brazos, mirándome preocupada.


Puse los ojos en blanco, fingiendo que todo aquello no eran más que exageraciones suyas.


-¡Por favor, estás paranoica! Que estoy bien, mamá, que no pasa nada.


Ella alzó una ceja.


-¿Seguro? Sabes que a mi puedes contármelo todo-eso era mentira. Mi madre será un cielo, pero si le cuentas algo malo acaba por irle por el cuento a mi padre. Y podría decirse lo mismo al revés.


-Que sí, seguro-me reí para aumentar el efecto.


Por suerte me creyó.


-De acuerdo, hijo, te creo-se rió conmigo. Venga, ven a ayudarnos a mí y a tu padre a preparar la cena.-sonrió contenta con mi respuesta.


Y yo me guardé el teléfono, suspirando de alivio para mis adentros.


No tuve ocasión de acudir a aquella consulta hasta la semana después, cuando logré convencer a mis padres para que se hicieran otra escapadita a California y a mi hermano para que me dejara algunos dólares. Bastantes dólares, porque la consulta me salió cara de narices.


Tardé 3 horas en llegar allí, a las afueras de New York, y en cuanto llegué, nervioso, me bajé y miré fijamente la casa.


Me dio un vuelco al corazón al ver que la casa tenía un poco del estilo de la casa de la pradera (terrorífico) con un gran toque de modernidad muy chic y algo de la moda californiana en arquitectura. Algo aterrador, como dije antes, y eso que normalmente ¡no me interesa la arquitectura lo más mínimo!


Pero no podía juzgar nada por el aspecto de la casa así que me armé de valor, respiré hondo, y llamé al timbre.


Me abrió su secretario. Un hombre bastante cachas, algo “anabolizado” (qué bien se lo montaba esa mujer) y me hizo pasar al vestíbulo.


-Enseguida vendrá-me dijo cortés, y se marchó por un larguísimo pasillo que se oscurecía a medida que avanzabas. Al menos eso es lo que yo veía.


Estuve esperando un buen rato en aquel vestíbulo rosado que contrastaba tanto con el exterior de la casa, hasta que apareció el secretario con la mujer, Julieta, al lado suya. Me quedé asombrado mirándola, por poco no me caigo del susto al verla.


Desde luego sí que era rara esa mujer. Poco encajaba con lo que yo me imaginaba (y había visto )de una psicóloga cualquiera, de esas mujeres tan elegante y emperifolladas, formales, que te escuchan con frialdad, pero fingiendo calor y cercanía, haciendo simplemente su trabajo….


No…..aquella mujer, además de joven (¡si sólo parecía tener tres años más que yo, santo Dios!) vestía de una manera muy informal, con unos vaqueros muy modernos y negros y una blusa ligera , de color blanco lleno de los adornos ésos que te puedes encontrar en cualquier tienda de por ahí. Y su rostro estaba maquillado de forma sencilla, pero a la moda. Sus lentillas azules, (se notaban que eran lentillas, yo eso lo huelo a tres kilómetros a la redonda) brillaron al verme, con una mezcla de compasión, la que probablemente debía de dedicar a todos y cada uno de sus pacientes.


-¿Jules Stadford? ¿Es usted?-dijo ella para asegurarse.


-Esto….-sólo verla me puso nervioso-Sí, soy yo.


-Pase por aquí-me señaló al pasillo-En mi despacho hablaremos de su problema.-se giró para encaminarse hacia su despacho, el secretario se quedó rondando por la puerta, esperando más visitas tal vez.


La seguí, expectante, y tras unos pocos minutos, (qué pasillo más largo) entramos en su despacho. Parecía la habitación de un estudiante rico, (y aplicado) sólo que sin cama. Me senté delante de ella y la miré.


-Venga, joven, cuénteme su problema, estoy aquí para ayudarle-me sonrió, tratando de darme ánimos.


Respiré hondo y se lo conté todo, absolutamente todo. A ella no le oculté nada, porque a mi modo de ver no había ya nada que perder. No a esas alturas. Se lo conté largo y tendido, de golpe, tratando desesperadamente de no interrumpirme porque sino me daba la sensación de que me levantaría de la silla, saldría corriendo como el pirado que era y me perdería para siempre jamás por los caminos de New York.


Pero me mantuve en mis trece, bien firme.


Ella me escuchó atentamente durante toda mi historia, tomando algunos apuntes y entrecerrando los ojos cuando llegué a la parte final de aquel sueño.


Cuando terminé, se tocó la barbilla, mirándome fijamente. Demasiado fijamente…..


-Háblame de tu vida, tal vez así saque algo más en claro, joven.


Y le conté todo lo que pude sobre mi vida, cada detalle que pude traer a mi memoria. Incluso me atreví a contarle a ella todas mis idas y venidas buscando respuestas por todo New York. E hice lo mismo que antes, no me detuve en ningún momento, se lo conté todo de golpe, pero de forma clara.


Cuando terminé me miró fijamente, y comenzó a buscar algo en el cajón de su escritorio con algo de emoción…y yo diría que nerviosismo. Mientras me iba diciendo.


-Es algo interesante, muy interesante, señor Stadford, y puede tener varias explicaciones, es ciertos. Sobre todo médicas, pero viendo su expediente médico. Entonces yo apostaría por algo un poco más…arriesgado.


-¿Arriesgado? Aquello me sorprendía sobremanera ¿Qué demonios quería decir esa mujer?


-Mire, esto es algo que algún que otro médico te podría decir también, pero lo que yo le voy a proponer para averiguarlo es un método que no le diría ninguno. Primero, porque no lo sabe, segundo, porque les daría miedo, porque es un poco fuerte.-cogió aire y siguió explicándome-Verás, eso puede deberse a un problema acontecido en tu vida anterior-no pude evitar soltar un resoplido furioso ¡Ya estaban otra vez con el rollo ése de la vida anterior! No pude evitar pensar:


“Menuda chorrada…”


Parece que Julieta adivinó lo que pensaba por la cara que puse, porque me dijo, con una sonrisa traviesa.


-Ya sé que le parece ridículo, pero por probar… el método del que yo le hablo demostrará si de lo que le hablo es una chorrada o no-¡Carajo, que rápido lo había pillado! Sabía mejor que yo que acabaría aceptando, de lo desesperado que estaba. Era buena. Admirable.


-De acuerdo, señorita Gradfright-suspiré, demasiado derrotado siquiera como para protestar siquiera.


-Perfecto-vi cómo la psicóloga sonreía victoriosa. Si quiere puede quedarse por aquí y comenzar el “tratamiento esa misma noche”


Le miré sorprendido, tratando de adivinar en qué estaría pensando.


Ella colocó una mano en mi hombro, en un gesto informal.


-Tranquilo muchacho, te ayudaremos a encontrar la respuesta.




















Cap. 1: La respuesta en una hoja de papel



Bueno, creo que debería presentarme. Mi nombre es Jules Stadford, y vivo con mis padres en el centro de New York, justo en toda la periferia. Tengo además un hermano mayor que vive en California, que no es nada más y nada menos que Gerbert Stadford. Sí, el famoso informático que trató de hacerle la competencia a Bill Gates. Desde pequeño su mayor sueño ha sido destronarlo y hacerse con la corona del mundo de la informática. Por el momento sólo ha logrado hacerse rico y famoso (sobre todo a sus apariciones en la prensa) lo cual lo tiene muy frustrado por ahora…


De mis padres hay poco y a la vez mucho que contar. Mi padre es editor jefe del New York Times y mi madre es la jefa de marqueting de una empresa de finanzas. Una cosa la mar de aburrida, vamos.


Son los típicos padres que tratan de hacerse los modernos, salen un par de noches juntos a tomar un par de copas, a alguna discoteca y punto pelota, sanseacabó. Por lo demás son de lo más normales.


Me pasé día, buscando, indagando, procurando que nadie conocido supiese lo que pretendía.


Empecé buscando en aquellos diccionarios de sueños que se suelen encontrar en todas partes, como en los mercadillos o en cualquier biblioteca o librería barata. Eso hice, busqué en todo diccionario que caía en mis manos, pero no me sirvió de nada, no fue más que una pérdida de tiempo, porque no encontré más que chorradas, cosas que se podía inventar cualquier pringado de turno. Al final acabé tan enfadado que tiré mi último ejemplar a la basura de una patada, tras haberlo roto en pedazos una infinidad de veces.


Luego decidí hacer lo que se supone que toda persona común hace cuando quiere saber algo hoy en día: buscarlo en Internet. Pero esto fue peor, mucho peor, porque por la red navegaban gentes de peor calaña que sólo buscaban la satisfacción de sus propios bolsillos, gente que te ponía cualquier cosa y que engaña a muchísima gente con sus chorradas, porque era eso lo que encontré por Internet, sólo chorradas. Esta vez por poco me cargo de un puñetazo la pantalla de mi estupendo ordenador portátil.


Y lo siguiente que hice fue algo de lo que hoy en día aún me arrepiento, y fue sin duda la mayor tontería que hice( de entre todas estas) que fue ir por ahí, en la clandestinidad, a preguntar a todo adivino y chamán que me encontraba por ahí. Todo esto lo hice en el más absoluto secreto, porque no quise jamás que nadie se enterara. Es más, incluso me las arreglé para ocultárselo a todo aquel falso brujo o bruja a quién se lo pregunté. (Porque digan lo que digan todos y cada uno de ellos eran falsos) hablándole de él como si fuera el sueño de un amigo, o un símbolo que vi en alguna parte……….de todos modos podría haberle contado cualquier otra burrada porque adivinas a tres kilómetros a la redonda que lo que te contaban no era más que una farsa, una farsa de las grandes. Suerte que mi hermano es rico, porque me gasté una cantidad enorme de dinero en todas aquellas visitas perdidas, aunque nadie me podría compensar todo el tiempo perdido.


Probé muchas cosas más, todo lo que se me ocurría, pero no encontré ninguna respuesta. Y me comencé a desesperar, cada vez más…… seguía haciendo mi vida normal, saliendo con mis amigos y con mi novia pero cuando estaba sólo me abrazaba las rodillas y enterraba la cabeza en mi regazo, tratando de contener aquella desesperación que crecía en mí cada día. Cada maldito día….


Pero por suerte para mí, me llegó la solución. Por suerte o por desgracia, quién sabe…


Fue una noche de esas en las que decidí salir a pasear sólo para despejarme, para pensar….y para no tener que aguantar a nadie, porque la verdad, cada vez me sentía más molesto cuando veía a otros, sentía cómo me molestaban, como me repelían de alguna forma….era como si me distanciase de todo cada vez más……..


Aquella noche no había casi nadie por la calle, o al menos eso es lo que parecía, New York era una ciudad muy silenciosa a esa hora. Esa es una de las cosas que más me gustan de New York, que a veces se vuelve muy oscura, misteriosa….o simplemente silenciosa, siguiendo su curso. Tanto los maleantes, las putas, los jóvenes o las personas decentes siguen su camino casi en silencio, bajo la oscuridad de la noche…porque por dónde yo paseaba no estaban encendidas ni las farolas. Y fue ahí dónde encontré la respuesta. Yo paseaba por las calles con las manos en los bolsillos, encapuchado en mi abrigo negro de tal forma que parecía una sombra siniestra de ésas que salían por la tele. Hacía frío pero yo ni lo notaba. Paseaba, capucha en mano, mirando al cielo estrellado.


Y fue entonces cuando me llegó…….. en forma de panfleto. Me lo trajo la leve brisa que había esa noche, que arrastraba toda clase de cosas y colocó ese estúpido panfleto en mis manos como si fuese cosa del destino.


En aquel estúpido panfleto que decía un solo nombre: Julieta, Gradfright psicoanalista especializada en toda clase de problemas. Todos. Y además estaba su número de teléfono… y una foto harto borrosa por una mancha de café. No sé lo que fue que me llevó a meterme ese asqueroso panfleto en el bolsillo, pero lo hice, me dejé llevar por el presentimiento, o por el instinto, yo que sé. Pero lo hice, cogí el papelito y regresé a casa con un pequeño y bastante débil hilo de esperanza en el corazón. No era suficiente pero por lo menos era mejor que nada.


A la mañana siguiente decidí llamar para ir. Llamé y un secretario me dio su dirección.


-Jules, ¿te pasa algo?-me preguntó mi madre mientras hablaba por teléfono con él.


Le hice un gesto para que se callara y me alejé de ella para seguir hablando, y de paso que no me oyera.


Cuando colgué la miré.


-No, no me pasa nada, mamá, ¿por qué lo preguntas?


-Porque hace días que te veo muy raro, hijo. Nervioso, algo así como ausente…-se cruzó de brazos, mirándome preocupada.


Puse los ojos en blanco, fingiendo que todo aquello no eran más que exageraciones suyas.


-¡Por favor, estás paranoica! Que estoy bien, mamá, que no pasa nada.


Ella alzó una ceja.


-¿Seguro? Sabes que a mi puedes contármelo todo-eso era mentira. Mi madre será un cielo, pero si le cuentas algo malo acaba por irle por el cuento a mi padre. Y podría decirse lo mismo al revés.


-Que sí, seguro-me reí para aumentar el efecto.


Por suerte me creyó.


-De acuerdo, hijo, te creo-se rió conmigo. Venga, ven a ayudarnos a mí y a tu padre a preparar la cena.-sonrió contenta con mi respuesta.


Y yo me guardé el teléfono, suspirando de alivio para mis adentros.


No tuve ocasión de acudir a aquella consulta hasta la semana después, cuando logré convencer a mis padres para que se hicieran otra escapadita a California y a mi hermano para que me dejara algunos dólares. Bastantes dólares, porque la consulta me salió cara de narices.


Tardé 3 horas en llegar allí, a las afueras de New York, y en cuanto llegué, nervioso, me bajé y miré fijamente la casa.


Me dio un vuelco al corazón al ver que la casa tenía un poco del estilo de la casa de la pradera (terrorífico) con un gran toque de modernidad muy chic y algo de la moda californiana en arquitectura. Algo aterrador, como dije antes, y eso que normalmente ¡no me interesa la arquitectura lo más mínimo!


Pero no podía juzgar nada por el aspecto de la casa así que me armé de valor, respiré hondo, y llamé al timbre.


Me abrió su secretario. Un hombre bastante cachas, algo “anabolizado” (qué bien se lo montaba esa mujer) y me hizo pasar al vestíbulo.


-Enseguida vendrá-me dijo cortés, y se marchó por un larguísimo pasillo que se oscurecía a medida que avanzabas. Al menos eso es lo que yo veía.


Estuve esperando un buen rato en aquel vestíbulo rosado que contrastaba tanto con el exterior de la casa, hasta que apareció el secretario con la mujer, Julieta, al lado suya. Me quedé asombrado mirándola, por poco no me caigo del susto al verla.


Desde luego sí que era rara esa mujer. Poco encajaba con lo que yo me imaginaba (y había visto )de una psicóloga cualquiera, de esas mujeres tan elegante y emperifolladas, formales, que te escuchan con frialdad, pero fingiendo calor y cercanía, haciendo simplemente su trabajo….


No…..aquella mujer, además de joven (¡si sólo parecía tener tres años más que yo, santo Dios!) vestía de una manera muy informal, con unos vaqueros muy modernos y negros y una blusa ligera , de color blanco lleno de los adornos ésos que te puedes encontrar en cualquier tienda de por ahí. Y su rostro estaba maquillado de forma sencilla, pero a la moda. Sus lentillas azules, (se notaban que eran lentillas, yo eso lo huelo a tres kilómetros a la redonda) brillaron al verme, con una mezcla de compasión, la que probablemente debía de dedicar a todos y cada uno de sus pacientes.


-¿Jules Stadford? ¿Es usted?-dijo ella para asegurarse.


-Esto….-sólo verla me puso nervioso-Sí, soy yo.


-Pase por aquí-me señaló al pasillo-En mi despacho hablaremos de su problema.-se giró para encaminarse hacia su despacho, el secretario se quedó rondando por la puerta, esperando más visitas tal vez.


La seguí, expectante, y tras unos pocos minutos, (qué pasillo más largo) entramos en su despacho. Parecía la habitación de un estudiante rico, (y aplicado) sólo que sin cama. Me senté delante de ella y la miré.


-Venga, joven, cuénteme su problema, estoy aquí para ayudarle-me sonrió, tratando de darme ánimos.


Respiré hondo y se lo conté todo, absolutamente todo. A ella no le oculté nada, porque a mi modo de ver no había ya nada que perder. No a esas alturas. Se lo conté largo y tendido, de golpe, tratando desesperadamente de no interrumpirme porque sino me daba la sensación de que me levantaría de la silla, saldría corriendo como el pirado que era y me perdería para siempre jamás por los caminos de New York.


Pero me mantuve en mis trece, bien firme.


Ella me escuchó atentamente durante toda mi historia, tomando algunos apuntes y entrecerrando los ojos cuando llegué a la parte final de aquel sueño.


Cuando terminé, se tocó la barbilla, mirándome fijamente. Demasiado fijamente…..


-Háblame de tu vida, tal vez así saque algo más en claro, joven.


Y le conté todo lo que pude sobre mi vida, cada detalle que pude traer a mi memoria. Incluso me atreví a contarle a ella todas mis idas y venidas buscando respuestas por todo New York. E hice lo mismo que antes, no me detuve en ningún momento, se lo conté todo de golpe, pero de forma clara.


Cuando terminé me miró fijamente, y comenzó a buscar algo en el cajón de su escritorio con algo de emoción…y yo diría que nerviosismo. Mientras me iba diciendo.


-Es algo interesante, muy interesante, señor Stadford, y puede tener varias explicaciones, es ciertos. Sobre todo médicas, pero viendo su expediente médico. Entonces yo apostaría por algo un poco más…arriesgado.


-¿Arriesgado? Aquello me sorprendía sobremanera ¿Qué demonios quería decir esa mujer?


-Mire, esto es algo que algún que otro médico te podría decir también, pero lo que yo le voy a proponer para averiguarlo es un método que no le diría ninguno. Primero, porque no lo sabe, segundo, porque les daría miedo, porque es un poco fuerte.-cogió aire y siguió explicándome-Verás, eso puede deberse a un problema acontecido en tu vida anterior-no pude evitar soltar un resoplido furioso ¡Ya estaban otra vez con el rollo ése de la vida anterior! No pude evitar pensar:


“Menuda chorrada…”


Parece que Julieta adivinó lo que pensaba por la cara que puse, porque me dijo, con una sonrisa traviesa.


-Ya sé que le parece ridículo, pero por probar… el método del que yo le hablo demostrará si de lo que le hablo es una chorrada o no-¡Carajo, que rápido lo había pillado! Sabía mejor que yo que acabaría aceptando, de lo desesperado que estaba. Era buena. Admirable.


-De acuerdo, señorita Gradfright-suspiré, demasiado derrotado siquiera como para protestar siquiera.


-Perfecto-vi cómo la psicóloga sonreía victoriosa. Si quiere puede quedarse por aquí y comenzar el “tratamiento esa misma noche”


Le miré sorprendido, tratando de adivinar en qué estaría pensando.


Ella colocó una mano en mi hombro, en un gesto informal.


-Tranquilo muchacho, te ayudaremos a encontrar la respuesta.